Hernández no limitó
su actividad a las letras, ni restringió su pluma
a la poesía. Se forjó en las faenas camperas,
tomó las armas, fue oficial de la contaduría
de la Confederación, taquígrafo del Senado
en Paraná, secretario privado del general Pedernera
durante su vicepresidencia, ministro del gobernador correntino
Evaristo López, librero, impresor, legislador bonaerense
en ambas Cámaras y fecundo periodista.
José Hernández
nació en los caseríos de Perdriel, en la chacra
de su tío Don Juan Manuel de Pueyrredon, el 10 de
noviembre de 1834, durante el gobierno de Juan Manuel de
Rosas. Educado en el Liceo de San Telmo, en 1846 fue llevado
por su padre al sur de la provincia de Buenos Aires, donde
se familiarizo con las faenas rurales y las costumbres del
gaucho.
La lucha política ha
caracterizado su vida. En 1858, junto a varios opositores
al gobierno de Alsina emigro a Paraná, intervino
en la Batalla de Cepeda y también en la de Pavón
en el bando de Urquiza. Inicio su labor periodística
en el Nacional Argentino, con una serie de artículos
en los que condenaba el asesinato de Vicente Peñaloza,
publicados como libro en 1863, bajo el titulo de Vida del
Gaucho. En 1868 edito el diario El Eco de Corrientes y un
año mas tarde En el Río de La Plata, donde
publico artículos referidos a la cuestión
del gaucho y de la tierra, la políticas de frontera
y el indio, temas que articularía literalmente en
el Martín Fierro. Participó en el levantamiento
del Coronel López Jordán contra el gobierno
de Sarmiento en Entre Ríos, y de regreso a Buenos
Aires, en el Gran Hotel Argentino de 25 de Mayo y Rivadavia,
termino de escribir El Gaucho Martín Fierro. Fue
diputado provincial y en 1880, siendo presidente de la Cámara
de Diputados, defendió el proyecto de federalización,
por el cual Buenos Aires paso a ser la capital del país.
En 1881 escribió Instrucción
del estanciero y fue elegido senador provincial, cargo para
el cual fue reelecto hasta 1885. La persona de José
Hernández estaba vinculada tan férreamente
a la del protagonista de su obra poética que al informar
sobre su fallecimiento un diario de La Plata titulaba: «Ha
muerto el senador Martín Fierro» hecho que
ocurrió el 21 de octubre de 1886, en su quinta de
Belgrano
El Martín
Fierro
Su máxima obra fue editada
en diciembre de 1872, por la imprenta La Pampa. Tras su
onceava edición, en 1879 publicó La
Vuelta de Martín Fierro. Fue a través
de su poesía como José Hernández consiguió
un gran eco para sus propuestas y contribuyó de la
forma más valiosa a la causa de los gauchos. Con
un total de 7.210 versos, Martín Fierro es un poema
épico popular que está considerado como una
de las grandes obras de la literatura argentina. Fierro
narra su vida y lleva a cabo un retrato de la sencillez
rural, la independencia y la paz de su espíritu.
En su primera parte, El gaucho Martín Fierro (1872),
el poema recorre la inicial felicidad del protagonista en
las planicies rodeado de su familia, hasta que es obligado
a alistarse en el Ejército. Su odio a la vida militar
le lleva a rebelarse y desertar. A su regreso, descubre
que su casa ha sido destruida y su familia se ha marchado,
y la desesperación le empuja a unirse a los indios
del desierto y convertirse en un hombre fuera de la ley.
En la segunda parte del poema, La vuelta de Martín
Fierro (1879), sus sentimientos e ideas han cambiado.
Fierro decide volver y reunirse por fin con los suyos. Incorporado
de nuevo a la sociedad, ha de sacrificar gran parte de su
preciosa independencia.
El gran mérito del autor
del Martín Fierro fue llevar a la literatura la vida
de un gaucho, contándola en primera persona, con
sus propias palabras e imbuido de su espíritu. En
él descubrió la encarnación del coraje
y la integridad propias de una vida independiente. Para
José Hernández, el gaucho era el verdadero
representante del carácter argentino, idea que le
situó en directa oposición con el curso de
los acontecimientos y los intereses políticos de
su época.
Consejos
de Martín Fierro a sus hijos
Un padre que da consejos
Más que padre es un amigo;
Ansi, como tales digo
Que vivan con precaución:
Naides sabe en qué rincón
Se oculta el que es su enemigo.
Yo nunca tuve otra escuela
Que una vida desgraciada;
No estrafien si en la jugada
Alguna vez me equivoco
Pues debe saber muy poca
Aquel que no aprendió nada.
Hay hombres que de su cencia
Tienen la cabeza llena;
Hay sabios de todas menas,
Mas digo, sin ser muy ducho:
Es mejor que aprender mucho
El aprender cosas buenas.
No aprovechan los trabajos
Si no han de enseñarnos nada;
El hombre, de una mirada
Todo ha de verlo al momento:
El primer, conocimiento
Es conocer cuándo enfada.
Su esperanza no la cifren
Nunca en corazón alguno;
En el mayor infortunio
Pongan su confianza en Dios;
Los hombres, sólo en uno,
Con gran precaución, en dos.
Las faltas no tienen límites
Como tienen los terrenos,
Se encuentran en los más buenos,
Y es justo que les prevenga:
Aquel que defetos tenga
Disimule los agenos.
Al que es amigo, jamás
Lo dejen en la estacada;
Pero no le pidan nada
Ni lo aguarden todo de él:
Siempre el amigo más fiel
Es una conduta honrada.
Ni el miedo ni la codicia
Es bueno que a uno lo asalten,
Ansí, no se sobresalten
Por los bienes que perezcan,
Al rico nunca le ofrezcan
Y al pobre jamás le falten.
Bien lo pasa hasta entre pampas
El que respeta a la gente;
El hombre ha de ser prudente
Para librarse de enojos;
Cauteloso entre los flojos,
Moderado entre valientes.
El trabajar es la ley,
Porque es preciso alquirir;
No se espongan a sufrir
Una triste situación:
Sangra mucho el corazón
Del que tiene que pedir.
Debe trabajar el hombre
Para ganarse su pan;
Pues la miseria, en su afán
De perseguir de mil modos,
Llama en la puerta de todos
Y entra en la del haragán.
A ningún hombre amenacen
Porque naides se acobarda,
Poco en conocerlo tarda
Quien amenaza imprudente,
Que hay un peligro presente
Y otro peligro se aguarda.
Para vencer un peligro,
Salvar de cualquier abismo,
Por esperencia lo afirmo:
Más que el sable y que la lanza
Suele servir la confianza
Que el hombre tiene en sí mismo.
Nace el hombre con la astucia
Que ha de servirle de guía,
Sin ella sucumbiría,
Pero, sigún mi esperencia,
Se vuelve en unos prudencia
Y en los otros picardía.
Aprovecha la ocasión
El hombre que es diligente;
Y téngalo bien presente
Si al compararla no yerro
La ocasión es como el fierro,
Se ha de machacar caliente.
Muchas cosas pierde el hombre
Que a veces las vuelve a hallar;
Pero les debo enseñar,
Y es bueno que lo recuerden:
Si la vergüenza se pierde
Jamás se vuelve a encontrar.
Los hermanos sean unidos,
Porque ésa es la ley primera;
Tengan unión verdadera
En cualquier tiempo que sea,
Porque si entre ellos pelean
Los devoran los de ajuera.
Respeten a los ancianos,
El burlarlos no es hazaña;
Si andan entre gente estraña
Deben ser muy precavidos,
Pues por igual es tenido
Quien con malos se acompaña.
El hombre no mate al hombre
Ni pelée por fantasía;
Tiene en la desgracia mía
Un espejo en que mirarse:
Saber el hombre guardarse
Es la gran sabiduría.
La sangre que se redama
No se olvida hasta la muerte;
La impresión es de tal suerte,
Que a mi pesar, no lo niego,
Cai como gotas de fuego
En la alma del que la vierte.
Es siempre, en toda ocasión,
El trago el pior enemigo;
Con cariño se los digo,
Recuérdenló con cuidado:
Aquel que ofiende embriagado
Merece doble castigo.
Si se arna algún revolutis
Siempre han de ser los primeros;
No se muestren altaneros
Aunque la razón les sobre:
En la barba de los pobres
Aprienden pa ser barberos.
Si entregan su corazón
A alguna mujer querida,
No le hagan una partida
Que la ofienda a la mujer:
Siempre los ha de perder
Una mujer ofendida.
Procuren, si son cantores,
El cantar con sentimiento,
No tiemplen el estrumento
Por solo el gusto de hablar,
Y acostúmbrense a cantar
En cosas de jundarnento.
Y les doy estos consejos
Que me ha costao alquirirlos,
Porque deseo dirijirlos;
Pero no alcanza mi cencia
Hasta darles la prudencia
Que precisan pa seguirlos.
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